
En este pequeño pedacito de suelo
Todos nosotros vivimos en un modesto planeta rocoso de un sistema solar insignificante cuyo motor principal es una estrella amarilla y menor, del tipo G y nel mezzo del cammin di la vita, parafrase...
Todos nosotros vivimos en un modesto planeta rocoso de un sistema solar insignificante cuyo motor principal es una estrella amarilla y menor, del tipo G y nel mezzo del cammin di la vita, parafraseando a Dante. El planeta en sí es extravagante. Ubicado en la zona de habitabilidad (ni muy cerca ni muy lejos del Sol), posee una inmensa cantidad de agua y un núcleo de hierro fundido en movimiento que crea la magnetosfera. Es decir, un descomunal campo magnético, muchas veces más grande que el planeta en sí, que protege su superficie de la radiación letal (rayos gamma, rayos X) que proviene de esa estrella pequeña e indispensable. Y algo más. Durante los últimos 3200 millones de años, el planeta ha dado origen a un proceso por completo insólito, rarísimo y prodigioso: la vida.
No sabemos exactamente cómo, pero desde las primeras moléculas que ya no eran del todo inertes hasta hoy, el proceso fue de una escala exorbitante y de una minuciosa perfección. Con una pirueta notable: ahora la vida, por intermedio de uno de sus especímenes más complejos, es capaz de mirarse y ponderar su lugar en el cosmos. No solo la Tierra está viva, sino que dio origen a los humanos, que sabemos que la Tierra está viva; somos tal vez su consciencia. Nada mal para un pequeño planeta en los arrabales de una galaxia promedio en un océano de billones (billones son doce ceros, favor de anotar) de otras galaxias.
Pero este milagro ha llevado tanto tiempo (640.000 veces la historia escrita) y es de una complejidad tan abrumadora que al final resulta abstracto. Por fortuna, según me dicen, los más chicos están aprendiendo que es menester proteger la vida, no importa qué sea eso que vuela o repta, porque todo está relacionado en nuestro planeta azul, nada existe porque sí. Pero su escala cósmica e inabarcable nos confunde o nos ciega. Es el principal obstáculo que encuentra el ecologista para advertir sobre los riesgos catastróficos de dañar el medio ambiente.
Por eso, una de estas noches me hinqué en el jardín y me puse a mirar. No mucho más de un metro cuadrado del pequeño planeta. Conté. Una, cinco, siete, casi seguramente nueve especies diferentes de pastos nativos. Han estado aquí desde siempre y saben dar batalla a estas sequías infernales. Sus raíces, por ejemplo, se hunden profundamente en el suelo y encuentran el agua que el clima les niega. En esas raíces, como en las de la mayoría de los vegetales, viven unos hongos que han establecido con la planta una relación simbiótica; los ayudan a conseguir minerales y se llevan hidratos de carbono. Se llaman micorrizas; saben negociar.
Ese sistema radicular es, por otro lado, lo bastante multitudinario y robusto para resistir los grillos topo y las larvas de escarabajo. La abundancia de raíces hace que haya comida para todos. Pero hay más. Mientras estoy ahí mirando el suelo cruza una ágil araña lobo de pastizal. Hay varias especies de arañas aquí, ninguna peligrosa, y todas contribuyen con la palabra clave en este pedacito de tierra, en toda la Tierra. Esa palabra es equilibrio.
Gran parte de los actores originales de esta escena –aunque no todos, por innumerables motivos– están presentes en nuestro jardín, donde no erradicamos nada. Así, pasan decenas de otros bichitos caminando y volando, y son tan raros o tan fugaces que no llego a reconocerlos, salvo varios tipos de hormigas. Debajo de la superficie late un universo de microbios, desde bacterias hasta arquea e incluso virus. ¿Pesamos este metro cuadrado de tierra? Lo digo porque se calcula que hay 50 millones de bacterias en un solo gramo de suelo.
Miro el cielo estrellado ahora. Pienso en que todo esto sigue siendo abstracto. Que no existe modo de comunicar el hecho de que si no fuera por esas 50 millones de bacterias por gramo de suelo, no podría levantar la vista y mirar las estrellas. Que la diversidad es el resultado de un trabajo que llevó 3200 millones de años y que, nos guste o no, la supervivencia de nuestra especie depende de todas las demás. Entonces, así, de rodillas en el suelo y rodeado de vida, me doy cuenta cuánto se parece esto que estoy haciendo a rezar.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/en-este-pequeno-pedacito-de-suelo-nid16112022/